sábado, 5 de noviembre de 2011

La verdad destinada a desaparecer.

Hay una duda que persistes después incluso de todos los progresos científico-filosóficos, incluso después de que el hombre enciende la tele para verse sustraído hacia una realidad construida probablemente con el único de fin de no pensar en su tan terrible y aterradora incertidumbre.

Esa duda o dudas son: ¿Qué yo hago aquí? ¿Adónde va a parar todo esto?

Desde el principio de los tiempos algunos prefieren irse a rezar al monte Olimpo, otros acelerar una partícula, otros engullirse en los hedonismos.

En cambio algunos han preferido hasta cierto punto enfrentar esas dudas y ponerse a pensarlas con el fin de disiparlas y tener algunas certezas sobre las que construir su vida.

Pero cómo se responden preguntas de tal naturaleza. Ahí nos encontramos con varios dioses que hemos subido a altares para luego preguntarles ¿Oh dioses grandes decidme…? Hemos subido la religión, la política, la ciencia, el razonamiento, la sensorialidad, etc. Pero a todas ellas que pretenden resolver los más grandes misterios les hemos concedido una gran fe.

Si la pregunta ¿Qué yo hago aquí? es verdadera, jamás podrá llegar a contestarse pues siempre resurgirá. Eso está más que visto.

Hay una forma que si bien no puede contestarla, al menos sí contraponérsele. Es responderle con otra pregunta, pues esa duda es una posición frente a una certeza. Lo terrible de la pregunta no puede considerarse en tanto que concreta, sino en la angustia que encierra producto de la posibilidad de la libertad. Lo terrible es la duda. La infinidad de variantes que pueden ser o no ser acompañado esto de la posibilidad libre, tan despiadadamente libre de elegir. Pues hay dudas que pueden llevar al hombre más o menos rápido a dudar, dudar con mayúsculas.

Pero esa angustia como consecuencia de la duda pasa un plano contingente pues su causa eficiente es una certeza, la de que hay una duda. Cuanto tienes la duda asaltada por la certeza ambas se convierten en posibles pero no necesarias. Entonces aquí vuélvase a repetir el proceso. También es posible que ocurra a la inversa; que desde la certeza se llegue a la duda volviéndose ambas contingentes.

Pero qué pasa entonces que a pesar de esto el hombre sigue sufriendo por su destino. Primero que no todos desde cualquiera de las dos posiciones -duda o certeza- logra llegar a su contraria para comprender la determinación al desaparecer. Si hay algo que puede agradecerse al maestro Spinoza es que nos dijera que razonando se llega superar la tristeza. Segundo, el peso de la tragedia sobre la comedia en algunos individuos. Una vez se quedan anclados en esa posición sea por una causa u otra, no hay mucho que hacer. Quizá deberían ver la alegría que hay en el sufrir, alegrándoles un poco, pero esto generalmente no pasa o si ocurre es transitoriamente.

Epicuro de Samos lo entendía muy bien cuando por un lado nos decía: “Comamos y babeamos que mañana moriremos” y por el otro: “La muerte es una quimera pues cuando yo existo la muerte no existe; y cuando la muerte existe, ya no existo yo”.

Pero no nos engañemos, hasta los más hedonistas sufren, pues cuando llega el hastío de la huída no queda más remedio que adentrarse en la verdad que pretendían obviar. Sin embargo esto no está destinado a ser por siempre a sí, o por lo menos, podría ser más llevadero. Esas posiciones en certezas y dudas pueden ser más efímeras a medida que se pasa más por ellas. Nietzsche quizá se equivocó en decir que habría de ser el eterno retorno de lo idéntico. Pues cuanto más vueltas se dan, más rápidas serán las próximas. De esta manera se llega a lo que podría llamarse la esteticidad, o quizá ataraxia, del hombre. Pues las posiciones pasan tan deprisa que es casi imperceptible la conciencia sobre el estado en que se está en cada instante.

Pero a esto únicamente se llega pensando y pasando por la terribilidad de la duda y hastío de la certeza.

La terrible verdad está destinada a morir, pero de cada cual es responsabilidad clavarle el puñal.

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